Desde la Edad Media hasta la actualidad, los abrigos han pasado por un montón de cambios estéticos, pero eso sí, siempre con el propósito de mantenernos calentitos
Por Sebastián Zelaya
En la historia de la vestimenta siempre han habido prendas exteriores pensadas explícitamente como prendas que cubren del frío: durante la Edad Media, en el norte de Europa usaban la “hopalanda”, una túnica larga confeccionada con muchos metros de tejidos pesados, como la verde que vemos en el cuadro de Jan Van Eyck, “El matrimonio Arnolfini”. Durante el siglo XVII, cuando la España barroca imponía la moda de Europa central, la prenda exterior por excelencia era el “ferreruelo”, una capa sin mangas y con cuello que sólo cubría los hombros, la espalda y una parte del pecho, llevada sobre el jubón de hombre y de mujer. Para el siglo XVIII el rococó francés dictó la moda de hombre y las casacas llevadas sobre el chaleco (los dos en la misma tela) eran la prenda exterior más común.
Durante el siglo XVIII y el XIX las mujeres continuaron llevando capas al estilo ferreruelo adaptándose al volumen cambiante de los vestidos neoclásicos, románticos y de la belle époque de finales del XIX. Por su lado, la vestimenta de los hombre se estableció finalmente en el terno tradicional, un traje sastre de tres piezas que ya incluía esencialmente un abrigo exterior (el saco del traje es la evolución de la casaca del siglo XVII), sólo variaron los largos.
Desde la Revolución Francesa, la moda femenina comenzó a masculinizarse con el “redingote”, por eso a principios del siglo XX no era raro que las mujeres llevaran prendas tipo saco sobre los vestidos. Después de la Primera Guerra Mundial, las telas se volvieron muy baratas en Europa y se comenzaron a llevar abrigos largos tipo capullo en terciopelo con cuellos y remates en pieles de animales que definieron el estilo de la era del Jazz.
Durante los 30 y 40, entre una depresión económica y la Segunda Guerra Mundial, los abrigos se volvieron austeros de materiales y formas; los abrigos de los soldados (gabardinas, o trench coats en inglés, porque se usaban en las trincheras…) comenzaron a llevarlos las mujeres como prendas que podrían usarse durante varias temporadas sin reemplazarlas y se ajustaban en la cintura haciendo una figura de reloj de arena. Greta Garbo hizo popular este look. En los 40 los uniformes militares influenciaron la ropa de las mujeres creando abrigos rectos y con hombros cuadrados y rígidos.
Los 50 vieron abrigos de medio largo con botones grandes y mangas muy amplias. Estas prendas además servían como ropa de maternidad durante el baby boom.
Durante los 60, el estilo de Jackie Kennedy puso de moda los abrigos sastre muy conservadores y con estructura que combinaba con sus accesorios. Hacia finales de esta década, Cristóbal Balenciaga hacía lo que quería con sus abrigos y produjo verdaderas esculturas como nunca antes se habían visto.
Los abrigos con grandes cinturones fueron populares en los 70 como una prenda fuerte y atrevida, rematada con lana de oveja. Dicho estilo lo popularizó Diane Von Furstenberg con sus primeros wrap dresses. La película Almost Famous del 2000 se sitúa en esta época y el vestuario es un gran ejemplo de estas modas.
Durante los 80 la moda de las mujeres cambió drásticamente: pasaron por las chamarras de mezclilla con grandes hombros, las de acid-wash y luego por las primeras chamarras de esquiar, capitoneadas y con colores brillantes en color-blocking de poliéster o nylon.
Los 90 fueron más conservadores gracias a series como Seinfeld, que mostraban a una mujer más madura y sofisticada que usaba abrigos y gabardinas largas y en colores neutros.
Los “dosmiles” tuvieron la influencia del hip hop y hubo una explosión de sportswear en donde, una vez más, las chamarras brillantes y rellenas de plumas se pusieron de moda.
En nuestra década de tendencias fugaces, una mujer puede llevar una UNIQLO capitoneada de nylon y luego una elegantísima de lana con aplicaciones de faux-fur de Topshop en el mismo día. Así es la moda hoy en día, democratizada y con muchas opciones, pero la funcionalidad sigue siendo la base del diseño y, entre miles de estilos, materiales y cortes, el abrigo aún tiene un sólo propósito: ¡mantenernos calientitos!